LOS MOTIVOS DEL LOBO

por Luis de Llano Macedo MARZO 2, 2022

Ciudad de México, época actual, en una mañana de cualquier día como hoy, en plena amenaza de hecatombe nuclear.

Es de madrugada en esta Ciudad de la Furia, en el País de la Violencia y en el Planeta de Terror Atómico. Hace algo de frío y tan solo se escuchan los sonidos del silencio y la oscuridad que preceden a ese amanecer que enciende mi conciencia, esa a quien yo llamo -a veces con cariño y veces, no- “la loca de mi azotea”.

Desde hace una semana para acá, llega una hora temprana en que los pensamientos más terroríficos se agolpan en mi mente y ya no puedo dormir más pensando en aquella frase que escribió en su obra “El Leviatán” de 1651 el filósofo británico Thomas Hobbes: “El Hombre es el lobo del hombre”, retomando la cita de la sabiduría griega, pero que hoy viene más que al caso…

Me levanto de la cama sin hacer ruido, pues no quiero despertar tan temprano a mi familia. Voy a la cocina, me hago un café lo más calladamente que puedo, y por supuesto, enciendo la televisión, en la cual los noticieros matutinos ocupan la mayoría de los canales: y como todos los días, las noticias no son buenas… ni remotamente agradables.

Una avalancha de imágenes desgarradoras de guerra, atentados terroristas, declaraciones apocalípticas de líderes maquiavélicos y todo el catálogo de la miseria humana son los sucesos que todos los días nos llegan de primera mano a través de las noticias matutinas que marcan el rumbo de nuestro día a día. Pero aún no se inventan los noticieros optimistas para “despertar inspirados y sonrientes”.

Díganme si no es una locura que, en este preciso momento, en algún lugar del planeta, alguien esté a punto de ser exterminado bajo una lluvia de balas y de misiles “inteligentes”.

Pero esa es una noticia que a la que ya estamos tan acostumbrados, que ni siquiera nos asombra o nos conmueve. Lo prodigioso seria que hoy los noticieros nos dijeran que ningún lugar de la tierra está en guerra, y que no hay hambre, ni injusticia, ni xenofobia.

La ciencia ha descubierto que somos violentos, y que nos peleamos como resultado de un instinto animal, y en la escuela se nos obliga a memorizar fechas de batallas, eras de imperios criminales y nombres de tiranos nefastos que siguen tatuando con dolor la piel del tiempo y de la historia contemporánea.

¿Cómo podemos aprender a vivir en paz, si se nos enseña a nunca olvidar la guerra? Díganme si no es una locura que haya miles de estatuas para recordar a quienes “murieron por la patria”, si en realidad, lo que único que nunca deberíamos de olvidar es nuestro derecho a vivir en paz, en libertad, y con justicia, haciendo del avance tecnológico una luz hacia un mejor mañana.

Hoy, el pretexto para hacer la guerra es demostrar de qué lado del planeta está la razón y mandar soldados a luchar en nombre de “la patria”, “la democracia” o de “la fe”.

¿En dónde ha quedado nuestra noción de la fe, aquella que nos han dicho que mueve montañas, o de la verdad que nos hará libres, o la tecnología, la cual nos impedirá ser animales irracionales para siempre? ¿Están la punta de un scud “inteligente”, en la bolsa de valores, en el Nasdaq, en alguna de las incontables iglesias, en las palabras de un especialista en “coaching espiritual”, en la tumba del soldado desconocido, en las páginas de sociales, o quizás viajan por la Big Data y se transforma en mensajes escondidos en un pop up de Google, en la página oficial verificada de la Fe, la Libertad o La Humanidad en Facebook, Instagram o Twitter?

Quizás la locura es buscarlos en donde nadie podrá encontrar el algoritmo del alma… Y aunque nadie ha podido demostrar en donde está ese ser supremo que nos creó, que provocó el Big Bang primigenio. La partícula de Dios, la física cuántica, el código genómico, los viajes hacia Marte, la transhumanización son ya una posibilidad y todo ello es porque seguimos teniendo fe y esperanza.

Pero la fe y la esperanza, como la justicia son ciegas cuando la verdad se calla por decreto histórico, y la paz y la libertad son palabras huecas en discurso que nadie sabe, quiere o puede escuchar.

Pese a todo, puedo seguir teniendo fe y creer en ella como motor universal. Pero ¿podemos creer en el “ser humano” que cada vez es más tecnología y menos humanidad?

La razón está en crisis y sobrevive trashumante en medio de la locura colectiva que nosotros creamos al seguir creyendo que el rumbo natural de nuestra propia historia nos llevara a ser perfectamente, artificialmente, genéticamente “inteligentes”, pero sin alma ni conciencia de quienes verdaderamente somos cuando en verdad, somos humanos.

Quizás nuestro error está en seguir escribiendo página tras página de una historia humana marcada por fechas, hombres y sucesos que deberían ser una lección ejemplar de nuestra incapacidad para superar nuestro destino hacia el abismo y la extinción suicida.

Es una locura, ya lo sé, pero tal vez que deberíamos de abolir la historia: olvidarnos del pasado y comenzar a escribirla desde ceros y esta sea la solución más drástica de una humanidad sintética y algún día las futuras generaciones decretarán la derogación de nuestro inhumano pasado: quizás olvidarnos del ayer, sea el camino del futuro, antes que el paso del tiempo, la historia nos olvide a nosotros y dejemos de ser seres humanos y nos transformemos en quien sabe qué, ni cuándo, no cómo, ni quién…

No sé qué tenga hoy la taza de café que me termino de beber, entre noticias de guerra y conjeturas filosóficas, pero creo que mejor tomaré un baño caliente. Y quizá con ello dejaré que el agua lave mi cuerpo, mis manos, y tal vez, mi mente y mi espíritu. A lo mejor este acto bautismal pueda exorcizar mi miedo ante la virtual guerra nuclear y así pueda dejar por un momento de pensar que la tecnología exponencial aplicada al dominio imperialista rojo, amarillo, o con barras y estrellas, resulte la moderna paradoja entre el infierno y el paraíso.

Muy tarde descubrimos que la innata curiosidad que nos hizo bajar de las ramas de los árboles y crear la “inteligencia artificial”, viajar al espacio interior y exterior, desafiar el orden natural y replicar el caos primigenio (en una obsesión febril por sintetizar miles de millones de años de evolución) fue un acto de soberbia animal que hoy está a punto de acabar con la tercera roca del sistema planetario.

De ahora en adelante quisiera dedicarme a buscar en mi conciencia, en mi propio ser, y también en ese recóndito lugar en donde habita impaciente ya de ser descubierto, el algoritmo de mi propia alma, claro, si alguien y como dice la canción “alguien no aprieta el botón” y termina por acabar este planeta de locos en donde el hombre devorará al mismo hombre, con la ferocidad de un lobo, pero sin sus motivos. 

No cabe duda de que la razón de la crisis es la crisis de la razón.