La semana pasada y en respuesta a mi algo “apocalíptico” texto que trató de explicar algunas sincronicidades y supervillanos de nuestra actualidad, me dio mucho gusto recibir un mensaje de audio en whatsapp de parte de Daniela Leites, amiga muy querida, la cual tuve el gusto de conocer y compartir con ella el éxito en el escenario musical en aquellas épocas ochenteras de fresas, “no tan fresas” y tours en donde “ya no caben en las maletas de la memoria tantos souvenirs”.
En su mensaje, el cual agradezco mucho, Dani me expresaba su preocupación acerca de las nuevas generaciones, pues según su personal percepción, “los chavos de hoy tienen una expectativa de vida de cero… mis hijos y la mayor parte de sus amigos no quieren tener hijos pues no confían en el futuro; sin embargo ellos estudian carreras, leen, son preparados, se interesan, pero al mismo tiempo dudan del mañana, y he escuchado que dicen “ojalá llegue a los 30”, siendo que tan solo tienen 20 años… no cabe duda que esto es todo un drama generacional, y me parece, Luis que deberíamos saber el porqué de esta actitud”.
Ciertamente, este tema me llamó mucho mi atención y más aún si a manera de “sincronicidad” me preparaba ya para investigar acerca de las “megatrends” o “megatendencias” que los especialistas de varios medios apuntaban para este 2022. Y apenas el sábado pasado el titular de primera plana del Excelsior expresaba que de acuerdo con un estudio de la organización internacional Luminate: “A los centennials no les interesa la política; les importa más la justicia social”, y el estudio reveló que la tendencia global es que los jóvenes de 16 a 24 años evitan hablar de partidos y se involucran en las causas ambientales, de caridad y a favor de los animales.
Coincidentemente, la publicación “The World Ahead 2022” señalaba que la juventud actual está viviendo una crisis de credibilidad con respecto a las estructuras que hemos creado las anteriores generaciones y se están agudizando fenómenos que ya se observaban desde las últimas décadas del siglo pasado, cuando por ejemplo, surge el concepto del “NO FUTURE” que marcó a la generación “punk” británica de los 70 y se extendió por el planeta a través de la música, y este grito de desesperanza se vio replicado, también, por ejemplo, aunque de una manera más suavizada, en América Latina, y ya a finales de los ochenta Miguel Mateos, cantaba “Nene, ne-ne que vas a ser cuando seas grande… cuando alguien apriete el botón”. Y así podríamos enumerar varios himnos generacionales e incluso corrientes musicales que surgieron a través del pensamiento juvenil del pesimismo y tristeza de las tribus urbanas emocionalmente impactadas.
Pero este fenómeno al que me atrevo a llamar “APOCALIPSICOSIS” se ha visto proyectada en este tercer milenio por una percepción generalizada de “politicofobia” que no es otra cosa que el resultado del profundo desarraigo e incluso aversión hacia la política y hacia los partidos políticos, percibiéndose a menudo que los políticos están mucho más interesados en el bien de su partido político que en el del propio país que dirigen o quieren dirigir, habiendo mucha diferencia entre lo que hacen y lo que dicen, pero también a que la oposición ocupe la mayoría de su tiempo a desacreditar y a atacar al partido que gobierna, en lugar de tratar de ayudar dando su punto de vista y proponiendo ideas constructivas. ¿Les suena conocido?
Y aquí es donde comienzan a coincidir los futurólogos en aquellos temas que se están perfilando ya como tendencias globales, todas ellas explicadas a través la fusión de dos palabras en un solo concepto (tendencia que por cierto está de moda), y permítanme enumerar algunas de las que tienen que ver con la actualidad y la ideología de la generación de jóvenes que nacieron después del año dos mil, y con todos aquellos que muy a pesar de haber vivido las secuelas de la Guerra Fría, aún sufrimos los síntomas de un tiempo que según escribió el Nobel de la Literatura, John Steinbeck “…es un síntoma más del fracaso del hombre como animal pensante”.
La primera de ellas es la “INFODEMIA”, fenómeno al cual en lo personal he querido denominar “pandemia digital”, y es explicada por la academia como “el exceso de información (unas veces veraz, otras falsa) sobre un tema cualquiera”, y tiene su origen en la explosión de contenidos que surgieron cuando a principios del milenio la web detona la idea de que el acceso y la generación de contenidos debería de ser una suerte de “democracia digital”, sin embargo, al paso de los años, esta nueva forma de globalizar el pensamiento, se ha convertido en un problema que según apunta la Organización Mundial de la Salud, “representa un peligro real para la salud de una gran cantidad de personas, ya que siembra la confusión y la desinformación entre ellas” y llega a generar casos agudos de ansiedad, hipocondría, violencia virtual, bullying colectivo, exhibición delictiva de la intimidad, e incluso en cuadros de depresión que terminan, desgraciadamente, en suicidios, sobre todo, juveniles.
Creo que la mejor definición que he leído, por cierto, en las redes de lo que está sucediendo con este fenómeno masivo es que “nunca en ninguna época hubo tanta información al alcance de los seres humanos, ni tanta gente empecinada en permanecer desinformada”.
¿Vivimos en una era en donde la verdad se deprecia y la mentira es comercializada? La respuesta la está dando la misma gente y frente a la propensión a convertir la información, cierta o falsa, pero rentable está surgiendo el fenómeno del INFOLUST, o la tendencia comercial, sobre todo aplicada a las redes, al consumo de productos, servicios y plataformas que tengan el sello “verificado”.
Según el diario Forbes, el INFOLUST consiste en que “las audiencias siguen demandando información cada vez más relevante, útil y accionable, aunque el reto ante este movimiento es catalogar, priorizar y resumir dicha información”. Sin embargo, y aquí viene otra tendencia que se ha vuelto exponencial en las redes, es la “ALGORITMIA”; la cual quiero explicar a través de la idea de que en la actualidad vivimos cautivos del algoritmo informático (al cual también se le denomina Edge Rank) cuya función se basa en crear un efecto cadena, con la que la visibilidad de una publicación va en aumento en cuanto se sube a una plataforma.
O dicho de otra manera, cualquier verdad o mentira puede crear verdaderos “tsunamis informativos” y su credibilidad puede depender de la cantidad de personas o plataformas que la repliquen, o como expresa la frase recurrente “una mentira dicha mil veces puede convertirse en una verdad”; y esto se convierte en catastrófico cuando un algoritmo, por ejemplo el utilizado por Facebook nos ofrece la información en base a las “muchas capas del aprendizaje de las máquinas sobre modelos y rankings construidos para predecir qué publicaciones serán más valiosas y significativas para un individuo”. Lo cual significa que Facebook nos brinda, según su propia visión algorítmica, aquello que la inteligencia artificial “piensa” que va de acuerdo con nuestra personalidad. De tal forma, el algoritmo va creando una “burbuja” que muy probablemente nos aleja de la verdad y la realidad, para mantenernos satisfechos e informados, cautivos de la red, en un sitio de confort, y sujetos a una “ética programada” que en sí tiene el poder de decidir sobre nosotros, y de todo ellos, ni siquiera nos damos cuenta de ello.
No cabe duda de que vivimos en los albores de una era que ya en su libro “1984” George Orwell advertía al sentenciar que “Si el líder dice de tal evento que esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas, pues el poder no es un medio, es un fin en sí mismo.”
La última megatendencia de la cual les quiero comentar en este artículo se denomina UBITECH, simbiosis de omnipresencia más tecnología, y según el especialista Eduardo Navarrete de la RED FORBES “Nos estamos damos cuenta de que la tecnología se hace cada vez más omnipresente e indispensable en la vida cotidiana, y el reto tanto de hoy como del mañana es usarla con un claro sentido humano”.
Es un hecho que los temas relativos al presente conjugado y al mañana latente me interesan profundamente, pues como padre de familia, pero también como “post millennial trasnochado” que ha vivido entre dos siglos, dos milenios, ser testigo de varias revoluciones tecnológicas -la atómica y la digital- pienso que Woody Allen tuvo mucha razón cuando dijo que: “Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”, y si bien es cierto que algunas cosas del pasado desaparecieron, otras abren una brecha al futuro y son las que quiero rescatar.
Y a manera de una última reflexión, y para responder a mi amiga Daniela Leites, me permito transcribir este pensamiento que el genial cosmólogo Carl Sagan nos dejó como legado, y en el cual se conjuntan la ciencia, la futurología y la esperanza:
«Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de la ciencia y la tecnología, en la cual prácticamente nadie sabe nada acerca de la ciencia o la tecnología; sin embargo, en algún lugar, algo increíble está esperando a ser descubierto. Ese es el poder de la imaginación que nos lleva a mundos en los que nunca estuvimos, pero idealizamos, y descubrir que, desde una perspectiva cósmica, cada uno de nosotros es una preciosidad única e irrepetible”.